Valencia por la reconstrucción

El pueblo salvó al pueblo: miles de voluntarios de toda España se volcaron con la zona cero

CLAUDIO MORENO

Las imágenes del río Magro, el derrumbe del puente de Picanya o la entrada en tromba del caudal del Poyo en Paiporta dieron paso a otros vídeos más amables, pero también impactantes: cientos de miles de personas acudiendo a la zona cero para ayudar a revivir los pueblos devastados por la barrancada. Cargados con bolsas de comida, garrafas de agua, medicamentos o material de limpieza, los voluntarios llegaron allí donde no lo hacían las distintas administraciones. Desde los primeros días se popularizó en València el lema ‘Sols el poble salva al poble’ como crítica pero sobre todo como inspiración de un torrente solidario incontenible.


Los vecinos de los pueblos afectados por la dana no dejaban de sorprenderse al ver la riada de voluntarios. De pronto descubrían la verdadera condición humana. La ensayista Rebeca Solnit documentó —en el libro ‘Un paraíso en el infierno’— la respuesta ciudadana tras desastres como el terremoto de 1906 en San Francisco, el 11-S o el huracán Katrina. Según evidencia el trabajo, la imagen del ser humano egoísta que sucumbe al pánico y vuelve a un estado violento durante la hecatombe tiene poco de real. El denominador común en las catástrofes es el altruismo y la valentía de las miles de personas que se entregan al cuidado de otras personas sin conocerlas de nada.

La pasarela de la Esperanza

Es exactamente lo que ocurrió en las zonas inundadas. Para el recuerdo quedarán las fotografías de los dos primeros fines de semana poscatástrofe, cuando miles de personas desbordaron la pasarela que conecta San Isidro con La Torre, rebautizada como pasarela de la Esperanza. «Allí tirabas un alfiler y no caía al suelo, era impresionante», decía Chelo, vecina de Paiporta, el pasado sábado en una cola para coger comida caliente preparada por la oenegé World Central Kitchen. Era frecuente citar a los voluntarios y que un afectado o afectada por la tragedia se echara a llorar de la emoción.


La ayuda ha sido heterogénea, pero desde el viernes 1 de noviembre (festivo) se vio cómo los chavales arrimaron el hombro. «Ey, aquí está la generación de cristal», soltaba Julia con evidente ironía mientras posaba para Levante-EMV junto a sus amigas y junto a Paco Martínez, el vecino de Massanassa al que este grupo de estudiantes universitarias acababa de ayudar a sacar los muebles embarrados del bajo de su casa. La generación de cristal demostró ser de hierro. Y puso el cuerpo en las peores circunstancias: «Yo soy una herramienta», proclamaba Raquel resumiendo perfectamente el papel de muchos jóvenes desplazados a la zona cero. Se prestaron a todo, de limpiar garajes a subir garrafas a edificios sin ascensor o rescatar fotos llenas de lodo para llevarlas al laboratorio de recuperación de la UPV.


Otro aspecto llamativo fue que estas «herramientas» llegaron de toda España —también de otras partes del mundo—. «Aquí se ha creado un sentimiento de comunidad impresionante, hay muy buen rollo entre gente de todas partes del país», contaban Patricia y Cristina, de solo 16 y 17 años, desplazadas desde Barcelona para achicar barro. «Yo he venido porque en casa me sentía una inútil. Al final somos pueblos hermanos. He invertido mis vacaciones en ayudar a limpiar Paiporta. Es poco, pero algo suma», reconocía Eva, de Mallorca. «Hay muchos jóvenes pero también gente mayor. Generalmente somos generosos, España suele batir récords en donaciones de órganos», recordaba Joana, del Masnou.

541 kilómetros

La generosidad llegó desde el otro extremo del país. Beni es un agricultor de Zurbarán (Badajoz) que trasladó su tractor y otros 19 trailers con vehículos de campo a Paiporta para liberar las calles de Paiporta. Son 541 kilómetros de distancia. Él y otros compañeros autónomos dejaron atrás 25.000 hectáreas de arroz extremeño. Pero no les importó. «Pensábamos estar aquí diez días retirando coches pero estaremos más. Esto es peor de como te lo cuentan en la tele, y también es impresionante la solidaridad. No hay palabras», expresaba el agricultor de 37 años.


Cada uno ayudaba como podía. Los voluntarios peinaban la zona cero buscando gente en apuros. En las aisladas alquerías de Castellar o La Torre aparecían chavales de la nada organizados en brigadas de limpieza a través de grupos espontáneos de Whatsapps. Grupos que siguen activos hoy, cuando la agenda mediática empieza a mover el foco fuera de València. «La pena es que una máquina hace el trabajo de mil personas, pero aquí estamos con cubos porque no hay camiones cisterna suficientes», lamentaban unos veinteañeros de Madrid que funcionaban por misiones: entraban en una casa, sacaban los muebles embarrados, limpiaban todo, y se iban a por otra.


Aquello dejó poso y se sigue recordando hoy. En Paiporta dos chicas enseñan orgullosa el tatuaje que se han hecho en el antebrazo, una pala sacando barro, símbolo de la ayuda prestada por los miles de voluntarios desplazados a su municipio. «Es un homenaje a los voluntarios llegados de todo el mundo y todo lo que nos ha pasado después de la tragedia. Somos tres chicas que nos conocimos con la dana y estamos muy unidas», confiesan Paula y Carmina. «De aquellos primeros días nos quedamos con la valentía de la juventud, porque gracias a esos chavales nos hemos salvado en este pueblo», cierran.